Comiendo mandarinas en el cordón de la vereda


Diálogo con Roberto Arlt

Hoy me quedé dormida una vez más. Soñé que me despertaba y, mágicamente mi estado de ánimo era el óptimo para escribir sobre Roberto Arlt. Me desperté y descubrí que tristemente mi estado de ánimo era exactamente el mismo que el de hace dos semanas: no puedo escribir una sola palabra sobre él.

Entonces, abusando de la simpatía que él genera y ante la urgencia de no desaprobar el práctico, se me ocurre que todo sería más fácil si pudiera hablar con él y preguntarle cosas y pedirle que me tire ideas. Que me salve, como tantas veces sus lectores lo hicieron, como yo misma lo hubiera hecho, pues seguro hubiera sido su más fiel lectora.

Entonces él, en un arranque de compasión y soberbia (no olviden que está a punto de salvarme) acepta entablar un diálogo pues nada tiene que perder.

Lo primero que le digo tiene que ver con los orígenes. De alguna manera nos parecemos.

-Mentira nena, no te confundas-aclara él serenamente- Mi padre era un bruto, él tuyo un cobarde. No es lo mismo.

-¿Y cual es la diferencia? Además, cómo puede saberlo, usted ni siquiera lo conoció.

Ríe con grandilocuencia. Me siento estúpida y él lo sabe.

-¿A que estás jugando? ¿Donde crees que estoy? ¿En el cordón de la vereda comiendo mandarinas mientras haces preguntas ingenuas?


Pido disculpas con la mirada y como este juego es mío, es invierno y hay sol. Tenemos quince mandarinas, nos peleamos por la octava, gana él por ser el invitado. Seguimos.

-Mirá, yo leía porque no tenia ganas de hacer otra cosa, porque los libros eran más divertidos y ahí todo era más lindo y más fácil. Pero a mi padre eso no le gustaba, entonces me daba unas palizas, cosa que se me pasara el gusto por quehaceres tan inútiles. Pero le salió mal. En cambio vos, ¿de qué te quejas? Es cierto que el tipo se rajó, pero bueno, es preferible que no esté. Debe haber tenido poco para decir o poco para darte. Igual mira lo que sos. ¿No te gusta? Eso también se lo debes. Aunque no te cuadre.

-Eso es lo que me molesta. Hagas lo que hagas, no puedes deshacerte de ellos, de tus orígenes. Para bien o para mal ellos son parte de vos. Encima tienen el tupé de sentirse orgullosos de tus triunfos, como si fueran responsables de los mismos. De los desastres, eso sí, no se hace cargo nadie. Cuando uno mete la pata, seguro es porque no hizo las cosas como papá y mamá dijeron que debía hacerse. Me da bronca. Prefiero que las cosas sean mías, y de nadie más. Sea lo que sea.

-Eso es muy complicado. Las cosas siempre son de mucha gente. De la familia. De la escuela. De los amigos. De los jefes. De las novias. Sólo una pequeña parte, muy chiquita, es tuya, sólo tuya. A mi me gustaba pensar que podía echar mano a las cosas de todo el mundo. No era tan así, por cierto, pero por alguna razón a muchos les gustaba entregarme sus cosas. Yo las miraba, las analizaba, como si tuviera entre los dedos un juguete extraño, pequeño. Con mi mano lo levantaba, dejaba que el sol lo bañe con sus rayitos, lo miraba desde abajo. A veces ocurría el prodigio. El objeto se abría y por fin el secreto era mío. Sólo mío. Como trabajaba en un diario, todo el mundo se enteraba. Bah, yo escribía, algunos lo entendían, otros no. Pasa siempre.

Pero vos ¿para qué quieres resolver la cuestión del origen? No lo podrás hacer. No tiene solución. Sos lo que sos y listo. Yo me di cuenta un poco tarde. A veces me enredaba mucho con el tema, y luego se me ocurrió la genial idea de vengarme de todos en mis novelas. Eso sí que fue divertido. No servía de mucho. Pero alcanzaba.


La calle parece un chiquero. Hay cáscaras de mandarinas por todas partes. La gente pasa y nos mira con extrañeza. Este tipo parece más simple que los personajes de sus novelas.

-Igual a mi no me convence eso de “sos lo que sos y listo”. Durante mucho tiempo la sociedad llamaba, definía, a los hijos no legítimos como bastardos. Supongo que ya no lo hace, hoy hay nuevos eufemismos. Me parece absolutamente lógico que desde la prehistoria, la gente quiera ser lo que no es. Sobre todo si ese “ser” es algo que otros decidieron. Son las instituciones sociales las que deciden esas cosas. Vaya uno a saber con que criterio. En realidad se sospecha. Siempre me pareció que usted tenía muy en claro cuales eran los criterios de las sociedades para definir las cosas.

-Puede ser. Pero en ese momento no me servía de mucho. A nadie le interesaba que uno ande por ahí explicitando “criterios sociales”, sobre todo si era tan evidente la exclusión. A nadie le gusta que le griten en la cara lo monstruoso que es. Yo necesitaba trabajar. Y no siempre fue fácil. Por suerte encontré un lugar que me vino como anillo al dedo. Porque es cierto que me urgía trabajar, pero eso no era todo. Tenía mis pretensiones, mis inquietudes.

-Hoy pasa lo mismo. No hay trabajo. La gente llora. Los políticos siguen en su microclima. Y los que de casualidad leyeron un par de libritos, se mueren en mares de tristeza y soledad. Eso sí, es una muerte metafórica, porque ni siquiera tienen donde caerse muertos (literalmente hablando).


Él va por la octava mandarina. Yo recién estoy pelando la cuarta. Leo en este indicio que estoy hablando más que él, así que me callo un poco y espero que diga algo.

-Eso es triste. Recuerdo esa vez que un lector me pedía la formula de la felicidad. Justo a mí. Se lo dije aquella vez. Si la supiera la vendería y me haría millonario. Ahora se me ocurre que fracasaría en mi empresa. No faltaría el inoportuno que negaría la validez de la fórmula. Hay tantas que nadie cree en ninguna. Y claro, te imaginas... que catolicismo de aquí, que protestantismo de allá, yoga, cábala. Que se yo. Cuantos locos habrá por ahí que conocen la fórmula de la felicidad. El problema es que no es única. A nadie se le ocurrió pensar en eso. Todos buscan “la formula” y debe haber millones. Tantas como personas hay en el universo.

-Si hay tantas, y todas son diferentes, ¿cómo saber si en verdad eso es la felicidad? Se supone que tenemos que ponernos de acuerdo. Tampoco es cuestión de aceptar cualquier verdura. Si los perejiles dicen que la felicidad es verde, supongo que las mandarinas dirán que es naranja. Y así sucesivamente. Como en literatura. De eso usted sabe muy bien. Acaso no decían que lo suyo no era literatura.

-Aclaremos tantos. Una cosa son los perejiles, otra la felicidad y otra muy distinta la literatura. ¿A quien le importan los perejiles?, el día que el mundo esté habitado por perejiles y gobernado por ellos, entonces se pensará en la felicidad de los perejiles. Los humanos buscamos la felicidad. Parecería que se trata de un lugar al que se llega por varios caminos. Es una metáfora aceptable, un poco trillada, pero aceptable. A mi parece mediocre buscar la felicidad. Además de inútil. No es un objeto, ni un lugar, ni nada de eso que les encanta mostrar a los cineastas. La felicidad es un invento. Una palabra sin referente, como misógino. Siempre se me ocurrió que no existen los misóginos, es un concepto inventado, una categoría. Algo que sirve para otra cosa. Entonces me parece más entretenido pensar para qué sirve la felicidad. Como concepto a quien le sirve. Y claro está, le sirve a la burrada. A los brutos. Un trabajito de cuarta, que alcanza para pagar el cable y comer facturas de vez en cuando. Que apenas si alcanza para mandar a los pibes a la escuela. Que sirve para comprar ropa más o menos vistosa, para estar más o menos a la moda. Que me disculpen pero eso no es la felicidad. Como concepto es un fiasco. Como mentira tranquilizadora es muy débil. Que piensen otra. Disculpame nena, me rayé.


Percibo el avance inminente del enemigo sobre mi terreno. Y bue, con descaro, aprovecha el rapto de euforia en el que entró la charla y se come una de mis mandarinas. Yo no digo nada. Sólo miro y pienso que para mi estaba buena la respuesta que dio aquella vez. No hay como la sinceridad. Se lo digo.

-Puede ser, puede ser. Pero deberías saber que las mentiras son muy útiles. El mundo está lleno de ellas. Si sólo hubieran verdades el mundo se caería en pedazos. La sinceridad es buena, pero ojo, no es lo mismo. Yo hablo de mentiras. Uno puede ser sinceramente mentiroso.

-¿Y cual es la diferencia entre las mentiras metafísicas de las que hablaba usted en sus novelas y la falta de sinceridad?

-¡Pero piba! ¡Vos confundís todo! Las mentiras metafísicas de mis novelas tienen que ver con la fe. Con lo que mueve al mundo, a las personas. Está relacionado con lo de la felicidad, ya te hablé de eso. La gente necesita creer en algo y se aferra a lo que mejor le parece. Siempre hay un grupo de avivados que le ayuda a esa gente y le da en bandeja “eso en lo que puede creer”. Y la gente agarra viaje. Ves, ese es otro sentido en el que las mentiras pueden ser útiles. No a todos les da el cuero para aceptar la verdad de las cosas.

Y nada tiene que ver con la sinceridad. Hay mentiras que son más nobles que algunas verdades puesto que tienen que ver con reconocer debilidades. Como mis personajes. Ellos eran débiles y muy mentirosos. Y eran sinceros en su miseria. Algunos, no todos.

-No me queda muy clara la cuestión.

-¿Y qué culpa tengo yo? ¿Acaso crees que voy a resolver tus problemas?

-No me habló de la cuestión literaria. Eso quedó pendiente.

-Me pone de mal humor hablar de eso. Pero si quieres te cuento un secreto. Borges y yo éramos muy amigos. Sólo que no andábamos por ahí, haciendo usufructo de nuestra amistad. En realidad era más productiva nuestra enemistad. Así que una noche, mientras tomábamos unos licores, elaboramos un plan de “repudio mutuo”. Fue muy divertido. La gente se lo creyó todo. Pero él me quería mucho. Era un viejo mal llevado y eso era mucho decir. Una vez, sólo una vez, ese pacto estuvo a punto de romperse. Fue cuando escribió ese cuento, con ese personaje raro que lleva casi mi apellido. Era un genio. Y yo nunca quise que sólo por ser su amigo, que su reconocimiento, me volviera genio a mi. No era mi estilo.


Ahora que se comió una décima mandarina y que habló hasta por los codos, me doy cuenta que en realidad no hablo mucho y además, soy muy lenta para comer. Me gusta pelar tajada por tajada, abrir la pulpa, sacar las semillas y formar la coronita. Él se divierte con el procedimiento pero no me copia. Come ansiosamente, muerde las tajaditas y disfruta del jugo ácido. Lo mantiene en la boca lo más que puede y después escupe las semillas.

Le digo que me gustan sus venganzas. Que me encantaría quemar un par de banderas y otro poco de libros si eso le producía alguna satisfacción. Él contesta:

-Mira, yo te dije algunos secretos, ahora seguro te aprueban el práctico, pero nadie te creerá que hablaste conmigo, lo cual es muy lógico. Si, desde donde estoy veo todo y es verdad, para que negarlo, me encantan los pequeños tributos de gente insignificante, como lo fui yo. Lo más importante es que entiendas que mi literatura siempre será para vos y para todos los que en ella encuentren lo que buscan. Los demás se pueden ir al diablo.


Se fue. El sol también, hoy en realidad es un día nublado. Hubiera querido hablar de más cosas, pero me pareció un poco injusto tratarlo como si fuera mi psicólogo. O mi astrólogo. Siempre leí sus aguafuertes esperando alguna señal, alguna verdad, algo que ayude a resolver mis obsesiones. Me dijo que las mandarinas estaban buenas, lo cual era obvio, se comió casi todas.


* Ilustración de José Roldán

A cerca de las Arvejas y las Relaciones



Yo también detesto las arvejas. Y no porque haya tenido que limpiarlas. Simplemente, no me gusta su textura.
Uno se pregunta cómo se construyen las relaciones. O cómo se destruyen. Y nosotros que somos gente metódica, no tenemos más remedio que recurrir a lo cotidiano, a veces a lo espontáneo. A los espacios compartidos con gente que uno no elige. Pero insisto, somos metódicos, nuestros espacios sí suelen ser elegidos, con un poco más de... método.

Ejemplo. Bar de Facultad. Estudiante de comunicación pide una ensalada. Mientras conversa animadamente con el resto del grupo, una arveja queda atascada en su garganta. Los gestos de asfixia asustan al resto, todas chicas, que no saben cómo resolver la situación. En una mesa vecina, otro grupo de estudiantes entiende la gravedad del caso y uno decide intervenir. La glotona estudiante escupe la arveja con la ayuda del casual salvador.
Es justo suponer que luego de este percance, ambos estudiantes estarían en condiciones de construir una relación. Si bien, casi todas las variables del caso son fortuitas, estar en el bar de una facultad y comer ensaladas con arvejas, ambas son una elección. Ayudar a un extraño es una elección.

Hay gente con la que uno se encuentra circunstancialmente, tal vez forman parte de un grupo elegido metódicamente, y esto sin embargo no incluye lo frecuente. Gente con la que uno se tropieza, y es un accidente feliz. Y se puede querer a esa gente. Y no sería un cariño circunstancial sino todo lo contrario, algo tan fuerte que sólo necesita pequeñas actualizaciones. En un acto de generosidad y justicia, podríamos decir que para sostener una relación vale como cotidiano, una o dos veces al mes.

En todas las situaciones hay detalles, lugares, gestos, algo que permitiría cambiar la historia. Las pequeñas historias. La cotidianidad permite inicios, fines y continuidades. Y aunque no se noten, hay elecciones en el medio.
Las relaciones necesitan lo cotidiano y las grandes distancias, obvio, destruyen toda posibilidad de cotidianidad compartida. Las vacaciones, no alcanzan para compensar esos grandes vacíos.

Tal vez nuestras elecciones no sean muy reveladoras, pero ciertamente, nos definen. En medio de tanta maraña involuntaria, las relaciones demandan elecciones constantes, cotidianas. Siempre hay espacio para construir o destruir.
Hoy, elijo escribir a mis amigos sin esperar respuesta. Elijo aceptar reproches porque mi infancia fue feliz y sigue siendo mi familia. Elijo comer a las tres de la tarde, pero juntos. Elijo quedarme sin crédito y por fin, encontrarte. Eso si, ¡no me pongan arvejas en la comida! Elijo no comerlas.

Un Concierto de Rock





Llegué a contar cinco. El celular de cierta productora de no se cuál programa del cable, no paraba de sonar. La muy chirusa contesta todos y cada uno, y gestiona la paz mundial en cada diálogo.

Primero todo es así, un poco acartonado, bastante fría la cosa. Manuel allá y nosotros aquí. Las canciones son hermosas. Escenas de amantes que sufren, que desean y que mienten.


Rumbo al mar

Apoyas tu cara en el vidrio

Me decís

“tu mundo me resulta ajeno”

Mientras yo guardo un cigarro entre mis dedos

Y al llegar, las luces sobre la autopista

pienso que jamás te he perdido de vista.

Yo jamás contigo he sido un extraño.

Ponte un abrigo y deja todo

y vamonos de aquí

por la mañana

verás las mariposas del jardín.


Después pide permiso para fumar, muy educado él. Habla mucho, más que al principio. Cuenta historias de viejas versiones de Manuel. Mozo en un hotel cinco estrellas plena época del Menemato. La rabia se le escapa por la pancita de la o. Más canciones. Justo en este punto se da el gran descubrimiento. Luego de la frase “no tenía un mango boludo…” entiendo que este tipo es de los nuestros. Sospecho que las carencias nos ubican en la misma ventana. Todos pedimos aire alguna vez, hartos de heder en nuestras casas, escribiendo un poco, con culpa por no tener energías convencionalmente productivas. Y no da para más, y luego de una desprolija lucha, nos damos un baño y salimos a trabajar nomás, vencidos.

He corrido por tanto sitio extraño

He mirado para todos lados

y nada encontré.

He mentido a tanto amigo mío,

que ahora que lo pienso

me siento un sin sentido.

Mis ideas, me condenan

Tus pañuelos, me recrean


Más escenas, esta vez sobre frustraciones diferentes. Y habla de nuevo, y me identifico, de nuevo. Y ahora que nos mandó a la mierda por sexta vez, soy feliz. Recuerdo el momento exacto en que alguien deja de ser un extraño y es justo cuando uno se despacha así como si nada, y maltrata sin las educaciones pertinentes para con alguien que no tendría la paciencia de entendernos. A Verónica la maltrato porque me quiere igual, una insignificante puteada jamás podría exterminar nuestra devoción.

Hice todo lo posible por seguir.

Cambie el color de mis ojos por marfil.

Acostumbrado a mentir.

Acostumbrado a reír.

Van mil días que no se lo que decir

Sin ideas de buenos aires a Junín

no soy el tipo que parezco ser

no soy el tipo que tu crees ver

se que no es fácil para mi ser yo

y hoy estas radiante como nueva york

y yo estoy pensando en otro lugar...

no tengo nada que hacer

esto no da para más...


“Con esta canción me compro mi primera casa”, dice que pensó. Increíblemente honesto, no teme explicitar sus ambiciones pequeño-burguesas. Lo que algunos artistas independientes se empeñan en despreciar. El bienestar nunca fue un anhelo exclusivamente burgués y no tiene porque generar cargo de conciencia. Ojo, no confundir bienestar con lujo o divismo. Sopita y rock…

Y así más o menos se acerca el final. Nos vamos a tomar cervezas por ahí, con gente amiga. No con él, que no es amigo pero bien podría serlo, sino fuera por la circunstancia espacial.

Luego llega el momento Estelar. Las chicas de atrás piden Ella dijo. Secretamente pensaron dos horas antes mientras subían las medias que la noche era perfecta y que tal vez ellas serían la chica de Un show. Pero no, él tiene un amor y mejores planes.



Lo que sigue al debate literario



El blog es un espacio demandante. Dado que no me queda demasiado tiempo, continuare con la publicacion de mis descubrimientos.

En esta oportunidad recomiendo un espacio creado recientemente y del cual formo parte. Estan invitados. Surgio luego de un debate literario que se dio en cierto ambito de Santiago del Estero. Lean un poco.

http://lajetaliteraria.blogspot.com/

Viajes con Anteojos Especiales

http://elseniordeabajo.blogspot.com/search/label/viajes

Recomiendo ampliamente este blog. Y para los que gustan de la buena música, en este post, hay un clip del señor Mairal, musicalizado por la adorable Lila.

Hay mucho más para ver.

Salida de Emergencia




Ese miércoles trabajamos hasta tarde. Aún haciendo todo, pero todo, siempre falta algo.

Encima la Terminal ya no está cerca. Nos atragantamos un poco con la cena, en el medio cae un “amigo” y hace el trámite más lento. Nos vamos, chocha yo con mi valija prestada, chocho él con su bolso liviano.

No vi un circulito. Es desproporcionado que por tan pequeña acción haya sucedido lo posterior. Perdimos el colectivo. O no lo vimos salir, o si, pero no sabíamos que era el nuestro. Llanto breve, no tan a los gritos como me hubiera gustado, por esto de la ubicuidad vieron. El, más practico que dramático, me dice un par de mentiras adorables: “No es tu culpa, es de los dos, porque los dos estamos viajando. No llores, no te angusties, pensá, pensá qué vamos a hacer”. Salimos corriendo, tomamos un remis, el único disponible, y tratamos de alcanzar al condenado colectivo.

Nuestra “Salida de Emergencia” estaba minuciosamente planificada, al menos el traslado. Todos los pasajes pagados y encadenados. Ida y Vuelta. No llegar a tiempo a Tucumán era no poder continuar a Salta, menos a Chile. Tampoco habría una vuelta.

De hecho, no habría Vacaciones. Por eso digo, si existiera la posibilidad de explotar voluntariamente, puff, así como así, sin bombas ni desastres, Yo lo hubiera hecho.

A duras penas llegamos a Termas. En la Terminal no había ni espantos. Obvio, el colectivo no nos había esperado. De vuelta a la ruta, se me ocurren un par de ideas estúpidas, y a José una genial. Llamalo a Maxi (amigo oriundo de la vecina ciudad). Por expresas indicaciones del fulano en cuestión, llamamos a una empresa de remises, a la brevedad se hace presente un auto: Peugeott 504 modelo… 95???? No los habían dejado de fabricar???!!!!! Estamos fritos.

Segundos después, aparece un Corsa, con un intrépido joven al volante, hijo del chofer del 504. ¿Cómo sé que era intrépido? Porque hizo una maniobra tipo Rápido y Furioso para acomodar el auto junto a nosotros. Explicamos la situación, dice que seguro llegamos, pero que nos cobrará un poco más. Nosotros que ya habíamos tenido casi una hora para sufrir, intentar horcar al chofer de la tortuga que nos llevó a Termas, maldecir el gasto extra, y un largo etcétera, contestamos: “si llegamos te pagamos”.

Alcanza con decir que salió a 140 km/h. Hasta escaparon un par de sonrisas. Uff, ya escucho las gastadas. Llegamos perfectamente para hacer el trasbordo. Subimos primero. Destino Salta, por fin estábamos dentro de los planes.

Mi alma ronda cerca, huele que ya está siendo tiempo de volver al cuerpo.

Playa



Quema, la arena quema. Y el agua se ve tan azul… tan transparente, que uno se pregunta porqué en Mardel, el agua es tan marrón. A ver, a ver, qué se supone que uno hace cuando va a una playa. Una sombrita que nos albergue urgente. De este lado, el sol quema más, dicen. Mucha radiación, la capa de ozono está muy dañada. El aire es tan fresco, y el paisaje tan acogedor que bueno, los pollos no se quejarían supongo, si los hornos tuvieran estas características. ¡Al agua pato! (o pollo, pa no cambiar tanto de bicho) Entra José. Vuelve a la sombrilla, donde yo analizo riesgos y beneficios, miro familias y niños haciendo berrinche, no debe ser tan malo. Además, la cara de felicidad del recién llegado da envidia. – ¿Cómo está el agua? – Una Masita!

Descubrimientos





Durante las vacaciones uno dimensiona el ritmo de vida que lleva el resto del año. Ejemplo, el desayuno. Muy rica la manteca con mermelada. En casa casi nunca lo hago.

Subir. Bajar por las callecitas de Arica. 9 x 9 cada casa. Orden de Pinochet. Eso si, todas muy coloridas. Hay Grafittis por todos lados. Para nosotros, arte. Para los residentes, una plaga. No hay frente que se salve. “Y eso que la municipalidad les da espacios, montones! No, siempre hay alguno que sale de las normas y pinta en cualquier lado”.

Los únicos amigos chilenos que hicimos eran los dueños del hostal. Un matrimonio bastante zurdo y divertido.

Para ellos, los argentinos son más combativos. El chileno en cambio, demasiado sumiso. Y la señora presidenta, un títere. “Herencia de Pinochet” Frase de cabecera de los funcionarios chilenos, incluida la Bachelet. Será que las decisiones tomadas por este viejo son irreversibles. ¿No las pueden modificar?

Un par de tardes nos quedamos tomando mate y escuchando historias de la historia de Chile. Los desayunos eran igual. Tiempo de aprendizaje.

Playa (dos)




En El Laucho, otra playa, fuimos a esperar el atardecer. Playa cool. El que alquilaba sombrillas musicalizaba el lugar. Fabulosos. Manu Chao. Red Hot. Cada vez que pienso en una playa, viene con esa banda de sonido. Mate. Pai de Limón. Nosotros. Estado Alfa.

Correo




Decidimos escribir una carta. Algo simple, con sentimientos. Después se nos ocurrió que los pájaros no saben leer. Y más tarde, deducimos que si pueden cargar un bulto desde Paris y lograr que llegue entero, entonces bien podrían leer una carta. De lo contrario no se darían por enterados de los pedidos.

El asunto es que iniciamos la redacción. Como todos saben, las cuestiones ortográficas no son mi fuerte. Tuvimos que escribir de nuevo. Quedó muy engorrosa, con muchas subordinadas.

Nuevo intento, ahora con frases cortas, claras y contundentes. La nueva versión me pareció muy burocrática. La descartamos.

Al final nos quedamos sin hojas y con poca tinta. Escribimos una modesta notita explicitando un par de cuestiones y le hice una mariposita porque me parecía simpática.

A él le pareció un lindo detalle. Nos quedamos dormidos.

Paso de Jama





Extraño las convulsiones de mi teléfono. Extraño la gente que me sacude a cada rato armando asados, salidas, planes, excusas. La distancia es necesaria, pero no definitiva. Tiempo de retorno. Arica es una ciudad seca, sin agua. Un desierto vecino del Pacífico.
25 º todo el año, sin lluvia. Viento frío y el sol que te cocina sin avisar. Palmeras con pájaros que suenan como chanchos. Rasgos indígenas por todos lados, la gente pobre que trabaja. Casitas coloridas y un puerto hediondo con barcos crujientes. Perfecto.
Pero Santiago espera.