A cerca de las Arvejas y las Relaciones



Yo también detesto las arvejas. Y no porque haya tenido que limpiarlas. Simplemente, no me gusta su textura.
Uno se pregunta cómo se construyen las relaciones. O cómo se destruyen. Y nosotros que somos gente metódica, no tenemos más remedio que recurrir a lo cotidiano, a veces a lo espontáneo. A los espacios compartidos con gente que uno no elige. Pero insisto, somos metódicos, nuestros espacios sí suelen ser elegidos, con un poco más de... método.

Ejemplo. Bar de Facultad. Estudiante de comunicación pide una ensalada. Mientras conversa animadamente con el resto del grupo, una arveja queda atascada en su garganta. Los gestos de asfixia asustan al resto, todas chicas, que no saben cómo resolver la situación. En una mesa vecina, otro grupo de estudiantes entiende la gravedad del caso y uno decide intervenir. La glotona estudiante escupe la arveja con la ayuda del casual salvador.
Es justo suponer que luego de este percance, ambos estudiantes estarían en condiciones de construir una relación. Si bien, casi todas las variables del caso son fortuitas, estar en el bar de una facultad y comer ensaladas con arvejas, ambas son una elección. Ayudar a un extraño es una elección.

Hay gente con la que uno se encuentra circunstancialmente, tal vez forman parte de un grupo elegido metódicamente, y esto sin embargo no incluye lo frecuente. Gente con la que uno se tropieza, y es un accidente feliz. Y se puede querer a esa gente. Y no sería un cariño circunstancial sino todo lo contrario, algo tan fuerte que sólo necesita pequeñas actualizaciones. En un acto de generosidad y justicia, podríamos decir que para sostener una relación vale como cotidiano, una o dos veces al mes.

En todas las situaciones hay detalles, lugares, gestos, algo que permitiría cambiar la historia. Las pequeñas historias. La cotidianidad permite inicios, fines y continuidades. Y aunque no se noten, hay elecciones en el medio.
Las relaciones necesitan lo cotidiano y las grandes distancias, obvio, destruyen toda posibilidad de cotidianidad compartida. Las vacaciones, no alcanzan para compensar esos grandes vacíos.

Tal vez nuestras elecciones no sean muy reveladoras, pero ciertamente, nos definen. En medio de tanta maraña involuntaria, las relaciones demandan elecciones constantes, cotidianas. Siempre hay espacio para construir o destruir.
Hoy, elijo escribir a mis amigos sin esperar respuesta. Elijo aceptar reproches porque mi infancia fue feliz y sigue siendo mi familia. Elijo comer a las tres de la tarde, pero juntos. Elijo quedarme sin crédito y por fin, encontrarte. Eso si, ¡no me pongan arvejas en la comida! Elijo no comerlas.

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