Ese miércoles trabajamos hasta tarde. Aún haciendo todo, pero todo, siempre falta algo.
Encima
No vi un circulito. Es desproporcionado que por tan pequeña acción haya sucedido lo posterior. Perdimos el colectivo. O no lo vimos salir, o si, pero no sabíamos que era el nuestro. Llanto breve, no tan a los gritos como me hubiera gustado, por esto de la ubicuidad vieron. El, más practico que dramático, me dice un par de mentiras adorables: “No es tu culpa, es de los dos, porque los dos estamos viajando. No llores, no te angusties, pensá, pensá qué vamos a hacer”. Salimos corriendo, tomamos un remis, el único disponible, y tratamos de alcanzar al condenado colectivo.
Nuestra “Salida de Emergencia” estaba minuciosamente planificada, al menos el traslado. Todos los pasajes pagados y encadenados. Ida y Vuelta. No llegar a tiempo a Tucumán era no poder continuar a Salta, menos a Chile. Tampoco habría una vuelta.
De hecho, no habría Vacaciones. Por eso digo, si existiera la posibilidad de explotar voluntariamente, puff, así como así, sin bombas ni desastres, Yo lo hubiera hecho.
A duras penas llegamos a Termas. En
Segundos después, aparece un Corsa, con un intrépido joven al volante, hijo del chofer del 504. ¿Cómo sé que era intrépido? Porque hizo una maniobra tipo Rápido y Furioso para acomodar el auto junto a nosotros. Explicamos la situación, dice que seguro llegamos, pero que nos cobrará un poco más. Nosotros que ya habíamos tenido casi una hora para sufrir, intentar horcar al chofer de la tortuga que nos llevó a Termas, maldecir el gasto extra, y un largo etcétera, contestamos: “si llegamos te pagamos”.
Alcanza con decir que salió a
Mi alma ronda cerca, huele que ya está siendo tiempo de volver al cuerpo.
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